5 de diciembre de 2013

El Viaje constante...

(Sobre la obra El Viaje del grupo LLECA Teatro)

Por Zoa Cuellar




El Viaje, propuesta escénica del grupo LLECA Teatro bajo la dirección de Mick Sarria, es una obra basada en El infierno de La Divina Comedia de Dante.  El martes 19 de noviembre se realizó una presentación en el parqueo subterráneo del Teatro Nacional Rubén Darío.

Esta puesta en escena representada en espacios no convencionales experimenta, junto al espectador, un compartir espacio-tiempo sumergidos en la nada y en el vacío. Es un trabajo que no busca expresar o interpretar el texto del cual parte sino que deviene en significante con un nuevo sentido.
La preponderancia de la imagen o propuesta visual, tanto en lo corporal como en lo escénico procura transmutarse hacia la vivencialidad entre el espacio-actor-espectador, traducido bajo un lenguaje performático que dota a la obra de esa experiencia conjunta entre la triada creador-Adrus-Mick que lleva a escena un viaje desde su ser, desde su cuerpo.




El espacio escénico está delimitado por un telón blanco que cae desde la pared hasta cubrir una parte del suelo. Este elemento, será al finalizar el espectáculo, una obra independiente que queda como evidencia de todo el desarrollo llevado a cabo por los actores durante el “Viaje”. 

En esta obra podemos declarar que la construcción de la fabula es sugestiva, durante todo el espectáculo no existe el dialogo, ni texto hablado por los actores, y no se plantean una sucesión lógica de las acciones. El viaje como acontecimiento será el detonador de cada una de las “escenas” y estas a su vez el punto de partida para realizar una reconstrucción de lo que ocurre en la obra.

Durante todo el espectáculo sucede una constante interacción y utilización de la tierra, las frutas, el agua y otros materiales orgánicos. Estas acciones alcanzan diferentes niveles de sensorialidad entre el actor, la escena y el público. Los espectadores no advierten de los nuevos acontecimientos, pues la relación entre materia-actor-espacio logra intimidarlos, lo que provoca en muchos cambiar de asiento y hasta retirarse del lugar.

Los vestuarios delinean a los personajes, los cancerberos tienen sólo cubierta la parte inferior de su cuerpo con mantas blancas, el Demonio totalmente de negro utiliza una máscara negra zoomorfa nativa de la tradición del pacífico de Nicaragua y Adrus es el único que durante toda la presentación se pone o quita la misma vestimenta (pantalón, camiseta y botas).

Al iniciar la obra, Adrus, personaje principal y encarando por Mick Sarria, sufre un parto de sí mismo. Totalmente desnudo se baña con una sustancia viscosa y transparente, empieza todo un ritual casi onírico. Este personaje se arrastra por la escena y sugiere ese traspaso de una forma a otra, de su nacimiento pasa a vestir ese nuevo cuerpo y dar inicio al viaje, el que podría interpretarse como el vacío: ese vacío existente en un lugar y el modo en la cual se busca llenarlo. La propuesta musical a partir de instrumentos electrónicos, es un elemento presente durante toda la obra, es incidental y apoya a la atmósfera.

La relación entre Adrus y el Demonio, este último personaje omnipresente interpretado por Marvin Corrales, se expresa desde la lucha interna del mismo personaje con su entorno, ubicados ambos en un mismo nivel contextual. Con respecto a la relación con los cancerberos, ejecutados por Sarahí Mendoza, Adela Sarria y Carlos Hernández, ocurre algo distinto pues son personajes autómatas, por momentos inmóviles en la escena.

Esta propuesta escénica es más que la defensa de un producto estético, proclama el viaje constante del ser como esa búsqueda y nacimiento ante un entorno violento desde lo vivencia sensorial de la escena. 


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